lunes, 20 de febrero de 2012

Borges II

Jugué a los dados con Dios... Hice Generala Servida... Esto fue mientras leía a Borges...
Ahora tengo miedo

Cuento El Fuego


EL FUEGO


 La noche es amplia y ligera. El paisaje, silencioso y dolorosamente desolado.


En su casilla de madera, ubicada en la localidad de Magdalena, Provincia de


Buenos Aires, y cuyo frente da a las orillas del Río de la Plata, José Ignacio


 Arzubialde; un hombre taciturno y solitario, de tez blanca, delgado, alto y nariz


afilada, hombros en forma de trapecio, cabellera tupida y blanca (al igual que


su marchitada barba), mientras duerme, sueña.


Al despertar, narra su dictamen inconsciente:


 “Estoy parado en un punto del espacio. A la distancia observo la nada con


perplejidad. Una sensación de infinito me posee y se retuerce entre los hierros.


Cipreses en llamas. Miro fijo, absorto. Creo que me dirijo hacia un punto del


infinito, hacia esa nada con una hondísima expresión. Abstraído de todo


aquello real, visible y palpable. Sin embargo, busco algo, no es tangible, más


bien corresponde a lo que pareciera un severo mandato espiritual. Busco un


cielo limpio y puro a pesar que se está quemando, o quizá por eso mismo.


Busco lo que no existe, Lo Absoluto.”.


Al terminar su relato son las ocho de la mañana. Es verano, y a pesar de la


fresca brisa que le otorga el Gran Río, Arzubialde, luego de transcribir el sueño,


siente una opresión en el pecho, como si le hubiesen clavado un puñal dorado.


Ensimismado, recurre a caminar por las costas. El mirar la inmensidad del agua


le hace bien. A lo lejos, con el resplandeciente reflejo del sol sobre el agua


color de león, transformándolas en un tornasolado color plata, ve a unos


pescadores, de quienes le llamo la atención la laboriosidad y la fortaleza física


que demanda ese trabajo, sumado a la paciencia que la actividad requiere.


“Dos puntos opuestos que se deben unir a un mismo compás, para una misma


misión”, -resumió en sus pensamientos. Los esperó, esperó a que terminaran


su tarea y enfiló a charlar con ellos. Conversó sobre las correntadas de Río, las


crecientes, las bajantes, hizo preguntas sobre la influencia de la Luna en las


mareas y sobre cuándo es más factible pescar ciertas especies de peces.


Después lo vieron alejarse, hasta que su figura desapareció en la bruma.


“…Don  Arzubialde es una persona respetada, aseguran todos en el pueblo. De


él se pueden aprender grandes cosas, porque es un tipo tranquilo, que mira


todo y te da la precisa. No sé si habrá estudiado, o leído, pero que el tipo sabe,


sabe. Es medio raro, no se lo voy a negar, muy solito se lo ve siempre, vio?.



Como si anduviese en algo complicado. Pero en realidad él es así, no anda en


nada raro; es una persona, como decirle: contemplativa, eso es. Observa las


cosas y después saca conclusiones, muy acertadas por cierto. Ah!, y escribe, le


gusta escribir mucho, eso lo sé bien, aunque nunca leí nada de él. Creo que


escribe lo que ve, lo que sueña y eso vio?. Bueno, mucho mas para decirle no


tengo señor, mas que aquí se lo respeta mucho y hasta se lo admira, vea”.


Extracto rescatable del testimonio fechado y redactado en el Diario El Zonal, de


Magdalena, el 28 de agosto de 1974, en virtud de la nota titulada: “Arzubialde,


el hombrecito personaje de Magdalena”. Nota que se rubrico en un texto burlón


por parte de un joven e inexperto periodista, sobrino del dueño del diario. Pero


cuya finalidad era hacerle un homenaje, en forma de nota periodística, por


parte de los vecinos, a este hombre que los lugareños aún consideran un


sabio.


Días y noches enteras pasaron sin que nadie volviese a ver al ser meditabundo


y ensimismado. El calor es cada vez más insoportable, a pesar de las frescas


brisas del mar abierto. En el horizonte verduzco, comienzan a apreciarse


amorfas figuras negras que levitan y danzan sobre el agua: son las espesas


nubes cargadas de electricidad que trae consigo el incesante viento Norte.


En esa infinitud del tiempo, de un tiempo en suspenso que trae consigo la


tensa calma, el Universo pueblerino (vacío de ausencia del hombre, de su


hombre e impulsados por el preludio de la tormenta), decidieron ir a echar un


vistazo a la casa del, en apariencia, viejo Arzubialde.


Nadie contesta. Golpean nuevamente. De nuevo el silencio absoluto reina en la


casilla. Entran con cuidado. Nadie dentro. Revisan en un silencio hermético.


Llaman con voz fantasmagórica; tienen miedo que el viejo se precipite y se


espante porque nadie lo visitaba nunca, Solo, siempre solo. Vuelta del silencio


y el infortunado vacío los envuelve a todos. Arzubialde no está, ni siquiera en


su habitación.


Alguien, entre los cacharros, encuentra un papel sucio y arrugado, como si


hubiese sido apretado con fuerza en un puño. En él, escrito con letra vacilante


y a la vez ansiosa, se pudo leer las siguientes, en apariencia, palabras sueltas


y sin un hilo conductor:


“Fugaz. Inquietante. Metafísico, Arcángel de la Muerte.


 Principio, inmanencia. Orden, calma y furia”.


Seguidamente, separado de todo contexto, textualmente podía leerse:


“Nos fue regalado por los Dioses para refugiarnos en una cueva frente a la


tempestad, así como instrumento para protegernos las espaldas unos a otros,


ahuyentando a las fieras hambrientas: leones, lobos, panteras, que podrían


estar a nuestro acecho,


… De ÉL estamos hechos y hacia ÉL vamos, porque de ÉL es el Universo


todo. Ya que a ÉL le pertenece. Así será, en un sin fin continuo y Eterno…¡Y


entonces, al verlo, veremos también a nuestros rostros, nuestros rostros


desencajados. Anhelantes e impávidos, inquietos y temblorosos ante esa


nueva cosa; extraña, mágica y desconocida que nació de la tierra!


 Debajo, en letras pequeñísimas, la siguiente leyenda:


 “Sueño 367-804 calculado aproximadamente a la novena potencia”.


 Pericias policíacas y caligráficas, dieron como resultado que José Ignacio


Arzubialde murió de manera fulminante segundos después que terminó el


relato. Su cuerpo fue encontrado en un pajonal ubicado detrás de la casilla.


Nadie: ni la policía, ni los peritos calígrafos, ni tan siquiera sus vecinos pudieron


vislumbrar a qué se refería el texto encontrado ni tampoco significado alguno.



 José Ignacio Arzubialde, el hombre taciturno y solitario viajó en ese sueño con


su Alma a cientos de miles de años atrás. Viajó atravesando infinidad de vidas


pasadas a velocidades descomunales. Viajó a cuando el hombre se diferenció


del resto de los animales en particular y de la naturaleza en general y comenzó


a hacerse dueño del mundo. José Ignacio Arzubialde, el hombre delgado,


solitario, de nariz afilada, viajó en el tiempo 502.012 años a través de un sueño.


Había descubierto El Fuego y lo describió al despertar.   



 



                                                                                                     Germán Duque

El Fuego -cuento-


EL FUEGO


 La noche es amplia y ligera. El paisaje, silencioso y dolorosamente desolado.


En su casilla de madera, ubicada en la localidad de Magdalena, Provincia de


Buenos Aires, y cuyo frente da a las orillas del Río de la Plata, José Ignacio


 Arzubialde; un hombre taciturno y solitario, de tez blanca, delgado, alto y nariz


afilada, hombros en forma de trapecio, cabellera tupida y blanca (al igual que


su marchitada barba), mientras duerme, sueña.


Al despertar, narra su dictamen inconsciente:


 “Estoy parado en un punto del espacio. A la distancia observo la nada con


perplejidad. Una sensación de infinito me posee y se retuerce entre los hierros.


Cipreses en llamas. Miro fijo, absorto. Creo que me dirijo hacia un punto del


infinito, hacia esa nada con una hondísima expresión. Abstraído de todo


aquello real, visible y palpable. Sin embargo, busco algo, no es tangible, más


bien corresponde a lo que pareciera un severo mandato espiritual. Busco un


cielo limpio y puro a pesar que se está quemando, o quizá por eso mismo.


Busco lo que no existe, Lo Absoluto.”.


Al terminar su relato son las ocho de la mañana. Es verano, y a pesar de la


fresca brisa que le otorga el Gran Río, Arzubialde, luego de transcribir el sueño,


siente una opresión en el pecho, como si le hubiesen clavado un puñal dorado.


Ensimismado, recurre a caminar por las costas. El mirar la inmensidad del agua


le hace bien. A lo lejos, con el resplandeciente reflejo del sol sobre el agua


color de león, transformándolas en un tornasolado color plata, ve a unos


pescadores, de quienes le llamo la atención la laboriosidad y la fortaleza física


que demanda ese trabajo, sumado a la paciencia que la actividad requiere.


“Dos puntos opuestos que se deben unir a un mismo compás, para una misma


misión”, -resumió en sus pensamientos. Los esperó, esperó a que terminaran


su tarea y enfiló a charlar con ellos. Conversó sobre las correntadas de Río, las


crecientes, las bajantes, hizo preguntas sobre la influencia de la Luna en las


mareas y sobre cuándo es más factible pescar ciertas especies de peces.


Después lo vieron alejarse, hasta que su figura desapareció en la bruma.


“…Don  Arzubialde es una persona respetada, aseguran todos en el pueblo. De


él se pueden aprender grandes cosas, porque es un tipo tranquilo, que mira


todo y te da la precisa. No sé si habrá estudiado, o leído, pero que el tipo sabe,


sabe. Es medio raro, no se lo voy a negar, muy solito se lo ve siempre, vio?.



Como si anduviese en algo complicado. Pero en realidad él es así, no anda en


nada raro; es una persona, como decirle: contemplativa, eso es. Observa las


cosas y después saca conclusiones, muy acertadas por cierto. Ah!, y escribe, le


gusta escribir mucho, eso lo sé bien, aunque nunca leí nada de él. Creo que


escribe lo que ve, lo que sueña y eso vio?. Bueno, mucho mas para decirle no


tengo señor, mas que aquí se lo respeta mucho y hasta se lo admira, vea”.


Extracto rescatable del testimonio fechado y redactado en el Diario El Zonal, de


Magdalena, el 28 de agosto de 1974, en virtud de la nota titulada: “Arzubialde,


el hombrecito personaje de Magdalena”. Nota que se rubrico en un texto burlón


por parte de un joven e inexperto periodista, sobrino del dueño del diario. Pero


cuya finalidad era hacerle un homenaje, en forma de nota periodística, por


parte de los vecinos, a este hombre que los lugareños aún consideran un


sabio.


Días y noches enteras pasaron sin que nadie volviese a ver al ser meditabundo


y ensimismado. El calor es cada vez más insoportable, a pesar de las frescas


brisas del mar abierto. En el horizonte verduzco, comienzan a apreciarse


amorfas figuras negras que levitan y danzan sobre el agua: son las espesas


nubes cargadas de electricidad que trae consigo el incesante viento Norte.


En esa infinitud del tiempo, de un tiempo en suspenso que trae consigo la


tensa calma, el Universo pueblerino (vacío de ausencia del hombre, de su


hombre e impulsados por el preludio de la tormenta), decidieron ir a echar un


vistazo a la casa del, en apariencia, viejo Arzubialde.


Nadie contesta. Golpean nuevamente. De nuevo el silencio absoluto reina en la


casilla. Entran con cuidado. Nadie dentro. Revisan en un silencio hermético.


Llaman con voz fantasmagórica; tienen miedo que el viejo se precipite y se


espante porque nadie lo visitaba nunca, Solo, siempre solo. Vuelta del silencio


y el infortunado vacío los envuelve a todos. Arzubialde no está, ni siquiera en


su habitación.


Alguien, entre los cacharros, encuentra un papel sucio y arrugado, como si


hubiese sido apretado con fuerza en un puño. En él, escrito con letra vacilante


y a la vez ansiosa, se pudo leer las siguientes, en apariencia, palabras sueltas


y sin un hilo conductor:


“Fugaz. Inquietante. Metafísico, Arcángel de la Muerte.


 Principio, inmanencia. Orden, calma y furia”.


Seguidamente, separado de todo contexto, textualmente podía leerse:


“Nos fue regalado por los Dioses para refugiarnos en una cueva frente a la


tempestad, así como instrumento para protegernos las espaldas unos a otros,


ahuyentando a las fieras hambrientas: leones, lobos, panteras, que podrían


estar a nuestro acecho,


… De ÉL estamos hechos y hacia ÉL vamos, porque de ÉL es el Universo


todo. Ya que a ÉL le pertenece. Así será, en un sin fin continuo y Eterno…¡Y


entonces, al verlo, veremos también a nuestros rostros, nuestros rostros


desencajados. Anhelantes e impávidos, inquietos y temblorosos ante esa


nueva cosa; extraña, mágica y desconocida que nació de la tierra!


 Debajo, en letras pequeñísimas, la siguiente leyenda:


 “Sueño 367-804 calculado aproximadamente a la novena potencia”.


 Pericias policíacas y caligráficas, dieron como resultado que José Ignacio


Arzubialde murió de manera fulminante segundos después que terminó el


relato. Su cuerpo fue encontrado en un pajonal ubicado detrás de la casilla.


Nadie: ni la policía, ni los peritos calígrafos, ni tan siquiera sus vecinos pudieron


vislumbrar a qué se refería el texto encontrado ni tampoco significado alguno.



 José Ignacio Arzubialde, el hombre taciturno y solitario viajó en ese sueño con


su Alma a cientos de miles de años atrás. Viajó atravesando infinidad de vidas


pasadas a velocidades descomunales. Viajó a cuando el hombre se diferenció


del resto de los animales en particular y de la naturaleza en general y comenzó


a hacerse dueño del mundo. José Ignacio Arzubialde, el hombre delgado,


solitario, de nariz afilada, viajó en el tiempo 502.012 años a través de un sueño.


Había descubierto El Fuego y lo describió al despertar.   



 



                                                                                                     Germán Duque

Cuento: El Fuego


EL FUEGO


 La noche es amplia y ligera. El paisaje, silencioso y dolorosamente desolado.


En su casilla de madera, ubicada en la localidad de Magdalena, Provincia de


Buenos Aires, y cuyo frente da a las orillas del Río de la Plata, José Ignacio


 Arzubialde; un hombre taciturno y solitario, de tez blanca, delgado, alto y nariz


afilada, hombros en forma de trapecio, cabellera tupida y blanca (al igual que


su marchitada barba), mientras duerme, sueña.


Al despertar, narra su dictamen inconsciente:


 “Estoy parado en un punto del espacio. A la distancia observo la nada con


perplejidad. Una sensación de infinito me posee y se retuerce entre los hierros.


Cipreses en llamas. Miro fijo, absorto. Creo que me dirijo hacia un punto del


infinito, hacia esa nada con una hondísima expresión. Abstraído de todo


aquello real, visible y palpable. Sin embargo, busco algo, no es tangible, más


bien corresponde a lo que pareciera un severo mandato espiritual. Busco un


cielo limpio y puro a pesar que se está quemando, o quizá por eso mismo.


Busco lo que no existe, Lo Absoluto.”.


Al terminar su relato son las ocho de la mañana. Es verano, y a pesar de la


fresca brisa que le otorga el Gran Río, Arzubialde, luego de transcribir el sueño,


siente una opresión en el pecho, como si le hubiesen clavado un puñal dorado.


Ensimismado, recurre a caminar por las costas. El mirar la inmensidad del agua


le hace bien. A lo lejos, con el resplandeciente reflejo del sol sobre el agua


color de león, transformándolas en un tornasolado color plata, ve a unos


pescadores, de quienes le llamo la atención la laboriosidad y la fortaleza física


que demanda ese trabajo, sumado a la paciencia que la actividad requiere.


“Dos puntos opuestos que se deben unir a un mismo compás, para una misma


misión”, -resumió en sus pensamientos. Los esperó, esperó a que terminaran


su tarea y enfiló a charlar con ellos. Conversó sobre las correntadas de Río, las


crecientes, las bajantes, hizo preguntas sobre la influencia de la Luna en las


mareas y sobre cuándo es más factible pescar ciertas especies de peces.


Después lo vieron alejarse, hasta que su figura desapareció en la bruma.


“…Don  Arzubialde es una persona respetada, aseguran todos en el pueblo. De


él se pueden aprender grandes cosas, porque es un tipo tranquilo, que mira


todo y te da la precisa. No sé si habrá estudiado, o leído, pero que el tipo sabe,


sabe. Es medio raro, no se lo voy a negar, muy solito se lo ve siempre, vio?.



Como si anduviese en algo complicado. Pero en realidad él es así, no anda en


nada raro; es una persona, como decirle: contemplativa, eso es. Observa las


cosas y después saca conclusiones, muy acertadas por cierto. Ah!, y escribe, le


gusta escribir mucho, eso lo sé bien, aunque nunca leí nada de él. Creo que


escribe lo que ve, lo que sueña y eso vio?. Bueno, mucho mas para decirle no


tengo señor, mas que aquí se lo respeta mucho y hasta se lo admira, vea”.


Extracto rescatable del testimonio fechado y redactado en el Diario El Zonal, de


Magdalena, el 28 de agosto de 1974, en virtud de la nota titulada: “Arzubialde,


el hombrecito personaje de Magdalena”. Nota que se rubrico en un texto burlón


por parte de un joven e inexperto periodista, sobrino del dueño del diario. Pero


cuya finalidad era hacerle un homenaje, en forma de nota periodística, por


parte de los vecinos, a este hombre que los lugareños aún consideran un


sabio.


Días y noches enteras pasaron sin que nadie volviese a ver al ser meditabundo


y ensimismado. El calor es cada vez más insoportable, a pesar de las frescas


brisas del mar abierto. En el horizonte verduzco, comienzan a apreciarse


amorfas figuras negras que levitan y danzan sobre el agua: son las espesas


nubes cargadas de electricidad que trae consigo el incesante viento Norte.


En esa infinitud del tiempo, de un tiempo en suspenso que trae consigo la


tensa calma, el Universo pueblerino (vacío de ausencia del hombre, de su


hombre e impulsados por el preludio de la tormenta), decidieron ir a echar un


vistazo a la casa del, en apariencia, viejo Arzubialde.


Nadie contesta. Golpean nuevamente. De nuevo el silencio absoluto reina en la


casilla. Entran con cuidado. Nadie dentro. Revisan en un silencio hermético.


Llaman con voz fantasmagórica; tienen miedo que el viejo se precipite y se


espante porque nadie lo visitaba nunca, Solo, siempre solo. Vuelta del silencio


y el infortunado vacío los envuelve a todos. Arzubialde no está, ni siquiera en


su habitación.


Alguien, entre los cacharros, encuentra un papel sucio y arrugado, como si


hubiese sido apretado con fuerza en un puño. En él, escrito con letra vacilante


y a la vez ansiosa, se pudo leer las siguientes, en apariencia, palabras sueltas


y sin un hilo conductor:


“Fugaz. Inquietante. Metafísico, Arcángel de la Muerte.


 Principio, inmanencia. Orden, calma y furia”.


Seguidamente, separado de todo contexto, textualmente podía leerse:


“Nos fue regalado por los Dioses para refugiarnos en una cueva frente a la


tempestad, así como instrumento para protegernos las espaldas unos a otros,


ahuyentando a las fieras hambrientas: leones, lobos, panteras, que podrían


estar a nuestro acecho,


… De ÉL estamos hechos y hacia ÉL vamos, porque de ÉL es el Universo


todo. Ya que a ÉL le pertenece. Así será, en un sin fin continuo y Eterno…¡Y


entonces, al verlo, veremos también a nuestros rostros, nuestros rostros


desencajados. Anhelantes e impávidos, inquietos y temblorosos ante esa


nueva cosa; extraña, mágica y desconocida que nació de la tierra!


 Debajo, en letras pequeñísimas, la siguiente leyenda:


 “Sueño 367-804 calculado aproximadamente a la novena potencia”.


 Pericias policíacas y caligráficas, dieron como resultado que José Ignacio


Arzubialde murió de manera fulminante segundos después que terminó el


relato. Su cuerpo fue encontrado en un pajonal ubicado detrás de la casilla.


Nadie: ni la policía, ni los peritos calígrafos, ni tan siquiera sus vecinos pudieron


vislumbrar a qué se refería el texto encontrado ni tampoco significado alguno.



 José Ignacio Arzubialde, el hombre taciturno y solitario viajó en ese sueño con


su Alma a cientos de miles de años atrás. Viajó atravesando infinidad de vidas


pasadas a velocidades descomunales. Viajó a cuando el hombre se diferenció


del resto de los animales en particular y de la naturaleza en general y comenzó


a hacerse dueño del mundo. José Ignacio Arzubialde, el hombre delgado,


solitario, de nariz afilada, viajó en el tiempo 502.012 años a través de un sueño.


Había descubierto El Fuego y lo describió al despertar.   



 



                                                                                                     Germán Roque Duque