EL
FUEGO
La noche es amplia y ligera. El paisaje,
silencioso y dolorosamente desolado.
En su casilla de madera, ubicada
en la localidad de Magdalena, Provincia de
Buenos Aires, y cuyo frente da a
las orillas del Río de la Plata ,
José Ignacio
Arzubialde; un hombre taciturno y solitario, de
tez blanca, delgado, alto y nariz
afilada, hombros en forma de
trapecio, cabellera tupida y blanca (al igual que
su marchitada barba), mientras
duerme, sueña.
Al despertar, narra su dictamen
inconsciente:
“Estoy parado en un punto del espacio. A la
distancia observo la nada con
perplejidad. Una sensación de
infinito me posee y se retuerce entre los hierros.
Cipreses en llamas. Miro fijo,
absorto. Creo que me dirijo hacia un punto del
infinito, hacia esa nada con una
hondísima expresión. Abstraído de todo
aquello real, visible y palpable.
Sin embargo, busco algo, no es tangible, más
bien corresponde a lo que
pareciera un severo mandato espiritual. Busco un
cielo limpio y puro a pesar que
se está quemando, o quizá por eso mismo.
Busco lo que no existe, Lo
Absoluto.”.
Al terminar su relato son las
ocho de la mañana. Es verano, y a pesar de la
fresca brisa que le otorga el
Gran Río, Arzubialde, luego de transcribir el sueño,
siente una opresión en el pecho,
como si le hubiesen clavado un puñal dorado.
Ensimismado, recurre a caminar
por las costas. El mirar la inmensidad del agua
le hace bien. A lo lejos, con el
resplandeciente reflejo del sol sobre el agua
color de león, transformándolas en
un tornasolado color plata, ve a unos
pescadores, de quienes le llamo
la atención la laboriosidad y la fortaleza física
que demanda ese trabajo, sumado a
la paciencia que la actividad requiere.
“Dos puntos opuestos que se deben
unir a un mismo compás, para una misma
misión”, -resumió en sus
pensamientos. Los esperó, esperó a que terminaran
su tarea y enfiló a charlar con
ellos. Conversó sobre las correntadas de Río, las
crecientes, las bajantes, hizo
preguntas sobre la influencia de la
Luna en las
mareas y sobre cuándo es más
factible pescar ciertas especies de peces.
Después lo vieron alejarse, hasta
que su figura desapareció en la bruma.
“…Don Arzubialde es una persona respetada, aseguran
todos en el pueblo. De
él se pueden aprender grandes
cosas, porque es un tipo tranquilo, que mira
todo y te da la precisa. No sé si
habrá estudiado, o leído, pero que el tipo sabe,
sabe. Es medio raro, no se lo voy
a negar, muy solito se lo ve siempre, vio?.
Como si anduviese en algo
complicado. Pero en realidad él es así, no anda en
nada raro; es una persona, como
decirle: contemplativa, eso es. Observa las
cosas y después saca
conclusiones, muy acertadas por cierto. Ah!, y escribe, le
gusta escribir mucho, eso lo sé
bien, aunque nunca leí nada de él. Creo que
escribe lo que ve, lo que sueña y
eso vio?. Bueno, mucho mas para decirle no
tengo señor, mas que aquí se lo
respeta mucho y hasta se lo admira, vea”.
Extracto rescatable del testimonio
fechado y redactado en el Diario El Zonal, de
Magdalena, el 28 de agosto de
1974, en virtud de la nota titulada: “Arzubialde,
el hombrecito personaje de
Magdalena”. Nota que se rubrico en un texto burlón
por parte de un joven e inexperto
periodista, sobrino del dueño del diario. Pero
cuya finalidad era hacerle un
homenaje, en forma de nota periodística, por
parte de los vecinos, a este
hombre que los lugareños aún consideran un
sabio.
Días y noches enteras pasaron sin
que nadie volviese a ver al ser meditabundo
y ensimismado. El calor es cada
vez más insoportable, a pesar de las frescas
brisas del mar abierto. En el
horizonte verduzco, comienzan a apreciarse
amorfas figuras negras que
levitan y danzan sobre el agua: son las espesas
nubes cargadas de electricidad
que trae consigo el incesante viento Norte.
En esa infinitud del tiempo, de
un tiempo en suspenso que trae consigo la
tensa calma, el Universo
pueblerino (vacío de ausencia del hombre, de su
hombre e impulsados por el
preludio de la tormenta), decidieron ir a echar un
vistazo a la casa del, en
apariencia, viejo Arzubialde.
Nadie contesta. Golpean
nuevamente. De nuevo el silencio absoluto reina en la
casilla. Entran con cuidado.
Nadie dentro. Revisan en un silencio hermético.
Llaman con voz fantasmagórica; tienen
miedo que el viejo se precipite y se
espante porque nadie lo visitaba
nunca, Solo, siempre solo. Vuelta del silencio
y el infortunado vacío los
envuelve a todos. Arzubialde no está, ni siquiera en
su habitación.
Alguien, entre los cacharros,
encuentra un papel sucio y arrugado, como si
hubiese sido apretado con fuerza
en un puño. En él, escrito con letra vacilante
y a la vez ansiosa, se pudo leer
las siguientes, en apariencia, palabras sueltas
y sin un hilo conductor:
“Fugaz. Inquietante. Metafísico,
Arcángel de la Muerte.
Principio, inmanencia. Orden, calma y furia”.
Seguidamente, separado de todo
contexto, textualmente podía leerse:
“Nos fue regalado por los Dioses
para refugiarnos en una cueva frente a la
tempestad, así como instrumento
para protegernos las espaldas unos a otros,
ahuyentando a las fieras
hambrientas: leones, lobos, panteras, que podrían
estar a nuestro acecho,
… De ÉL estamos hechos y hacia ÉL
vamos, porque de ÉL es el Universo
todo. Ya que a ÉL le pertenece.
Así será, en un sin fin continuo y Eterno…¡Y
entonces,
al verlo, veremos también a nuestros rostros, nuestros rostros
desencajados.
Anhelantes e impávidos, inquietos y temblorosos ante esa
nueva
cosa; extraña, mágica y desconocida que nació de la tierra!”
Debajo, en letras pequeñísimas, la siguiente
leyenda:
“Sueño 367-804 calculado aproximadamente a la
novena potencia”.
Pericias policíacas y caligráficas, dieron como
resultado que José Ignacio
Arzubialde murió de manera
fulminante segundos después que terminó el
relato. Su cuerpo fue encontrado
en un pajonal ubicado detrás de la casilla.
Nadie: ni la policía, ni los
peritos calígrafos, ni tan siquiera sus vecinos pudieron
vislumbrar a qué se refería el
texto encontrado ni tampoco significado alguno.
José Ignacio Arzubialde, el hombre taciturno y
solitario viajó en ese sueño con
su Alma a cientos de miles de
años atrás. Viajó atravesando infinidad de vidas
pasadas a velocidades
descomunales. Viajó a cuando el hombre se diferenció
del resto de los animales en
particular y de la naturaleza en general y comenzó
a hacerse dueño del mundo. José
Ignacio Arzubialde, el hombre delgado,
solitario, de nariz afilada, viajó
en el tiempo 502.012 años a través de un sueño.
Había descubierto El Fuego y lo
describió al despertar.
Germán Duque
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